lunes, 25 de febrero de 2013

El hombre de la Ventana


       
            Es algo extraño lo que sucedió la noche pasada después de la cena, bastante después, justo en mitad de esas horas anhelantes que nos conducen hasta el sueño. Fue extraño anoche y sigue siéndolo ahora que el día asoma, aún tímidamente, por encima de las destelleantes luces que todavía brillan en la imagen lejana de la ciudad. No he dormido mucho, a penas tres o cuatro horas, no más, y me siento extremadamente cansado (presiento que hoy será un fatigoso día). Antes de conciliar el breve sueño estuve dando vueltas en mi cabeza a aquello que acaeció, entre carcajadas, mientras veíamos la televisión, pero no logré esclarecer nada, ni tampoco lo logramos cuando estuvimos hablando sobre ello justo antes de pagar la luz (buenasnoches). Esa luz que ahora está prendiendo el tranquilo horizonte.
Esta es la hora de la tranquilidad, el alba, donde los fantasmas del día anterior parecen dejar paso a los del nuevo día, siempre los mismos y siempre distintos. La mejor de todas las horas, es más, la única capaz de aliviarme, aunque sólo sea de manera momentánea. ¿Qué sucedió? No lo sabría decir ordenadamente, tan siquiera soy capaz de articularlo de modo argumentado, ya que fue algo que escapa al orden tanto como al argumento. Ella y yo estábamos hablando, bromeando casi, muy jovialmente y, entonces, a mi se me ocurrió la idea de “El hombre de la ventana”. Más que una idea fue como una suerte de fantasía surgida de mi cabeza, de mi imaginación, que escapó de allí a través de las palabras y, aprovechando la idoneidad que las circunstancias daban a la situación, arrasó con todo lo que encontró a su paso, sólo que ella estaba en mitad de ese paso y se sintió, yo creo, ligeramente desbordada. Fue algo inocente, me refiero a que no imprimí malicia alguna a mis palabras, tampoco a mis fantasías.
 Se trataba de un hombre olvidado por todos, hasta por sí mismo, que merodeaba por la fachadas de los edificios, caminando por las paredes como si la inquebrantable ley de la gravedad no fuese con él (como si también el universo hubiese olvidado aplicarle sus castigos). Se movía intentando atisbar por entre las ventanas, que aún no habían sido selladas con el peso de las persianas, tan sólo esbozos de él mismo en los demás, con el fin de intentar reconocer su existencia. Buscaba atisbos de su vida entre aquellos que lo olvidaron. No era un asesino, yo nunca dije eso, ni un loco, ni un monstruo... Nada más era  “El hombre de la ventana” que mora con su vacío en la noche silenciosa intuyendo, a penas, su sombra bajo los densos rayos de la luna, el ser que absorbe, a través del frío cristal, nuestros momentos de sobreabundancia (como en la risa y en la intensa tristeza). El inacabado que vaga por el mundo buscando rellenar su incompletitud rebosante de ausencias que, cuanto menos, es causa de terror y, cuanto más, de suscitar compasión. A ella le aterró.
            Ya despertó el día, hace viento. La amanecida parece haberse llevado, o tal vez hayan sido las palabras, ese regusto a mano vacía que mi imaginación dibujó en la noche. Pero, todavía, bajo la anaranjada luz del sol más temprano, hay algo dentro de mi que se resiste a creer que todo fue una fantasía, algo de mi que trepa por las fachadas de los edificios bajo el amparo de la noche buscando encontrar, en la parte de afuera de alguna ventana, a ese ser que no es sino un hueco de mi.


                                                                 Marcos Lloret García
                               

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