Ahora
mismo estoy solo, mas no pretendo lamentarme por ello. Bien al contrario, mi...
ese algo de mi que me impele a escribir necesitaba unos segundos de calma, unas
horas vacías de hombres y dioses nada más que para sobrevolar, someramente,
esta salva de concretitud, esta intangible realidad que no hace más que
escurrírsenos por entre los dedos, y cuanto más la intentamos retener, más
líquida se vuelve ella. Gota a gota, va mojando el suelo terregoso de este
jardín en el que me encuentro, que desaparece con el primer y más leve roce de
la humedad que todo lo descompone, formando una especie de agujero negro
amenazante de tranquilidad.
Lo
estoy viendo, el agujero, y no me asusta a pesar de que aparece desafiante bajo
el frío de la mañana, que se encarga de mantener mis músculos un tanto
agarrotados (sé que después me dolerán, pero no puedo hacer nada por evitarlo).
El oscuro hoyo surgido bajo mis pies parece no crecer, pero sí lo hace ya que
van desapareciendo los objetos a mi alrededor. Antes, había a mi derecha, en lo
que era suelo, una colilla y a mi frente un tapón rojo de plástico. Ya no
están, se los tragó el hambriento boquete. No están, mas sigo viéndolos doblemente
inciertos, por la falta de concretitud que les es propia y, también, por la que
lleva pareja el agujero, que no es sino sombra de un espejismo. No están,
porque el parque entero al que llegué hace unos minutos ha sido engullido entre
borbotones de hojas secas y crujir de ramas heladas, lo sorbió esa abertura que
ya empieza a succionar mis piernas con la misma intensidad mediante la que la
muerte nos empuja hasta nuestra fosa cavada en la tierra.
Pero
el parque sigue estando aquí, y yo también sigo aquí, siendo ambos nada por dos
veces en esta doble soledad que ni tan siquiera es atisbada por los pobres ojos
perdidos que han pasado cerca, ocho o diez a lo sumo, incapaces de imaginar en
sus más desiertos sueños lo que estaba sucediendo. La negrura del agujero ya ha
ganado todo mi cuerpo, que ahora se convulsiona en un gran escalofrío tan
lejano como yo mismo, siendo un ser que está y no está en los lugares que
alguna vez visité entre las oquedades de los días, esos pequeños resquicios que
podemos horadar con los dedos para ver cómo la realidad se desmorona, se hace
añicos delante de nuestros ojos cansados de horas, desaparece quedándose tal
cual creemos que es: arrogante y pretenciosa.
La
realidad... El parque... Todo sigue igual, todo igual... Pero tengo la
sensación de que cuando levante la vista del papel no voy a estar en este lugar.
Marcos Lloret García.
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