sábado, 23 de noviembre de 2013

El acto más sincero

Suena una música sin melodía
con rayos de viento y trozos de ola,
susurro apresado en las caracolas
que dentro encierran una poesía.
Clamor racheado en el mediodía
aguardando, discreto, la luz cegadora
que llega pegada en el envés de las horas
cuando el tiempo parece batalla perdida.
Sonido sin notas, ni tono. Casi sin vida,
lejano y breve como el calor de la aurora
que viene dispuesta a regar las amapolas
con el agua embalsada del punto de partida.
Zarparé de madrugada, bajel sin vigía,
de la mano del rumor que callado me nombra
si de la noche oscura, las postreras sombras,
se quedan insondables al abrirse el día.
Al lucero del alba designaré mi guía
y seguiré vagando antes de que amanezca
por el camino marcado de manos abiertas
donde ayer encontraré lo que mañana perdía.
El cantar que en años creí que no oía
vuelve a silbar por entre ramas y copa
del árbol debajo del que duermo mis sombras
al soñar mi sueño los sueños que ansía.
En el hueco de un hueco con verso prendía
fogata de letra, palabra y estrofa,
musicalidad ígnea de estrellas remotas
enhebrando los pedazos que de mí perdía.
¡Volverá la sangre a las arterias que hería!
¡Volverá a pensar el corazón en coma!
Otra vez trinarán jilgueros y alondras
nanas de nube, gorjeos de alegría.
Un ritmo de ausencia el aire traía
condenado a existir pese a su inexistencia,
en camas vacías abriendo las puertas
de una ilusión que fingiendo moría.
Nacen los versos de la música baldía
al son de la luna que indica la rima,
sólo me resta ordenar las palabras:
infantil jugueteo de caligrafía.
Así es el poema, así la poesía,
que viene y se va si nadie la mira.
Bocados ingentes de brumas heladas,
el más sincero acto de valentía.


                                               Marcos Lloret García



jueves, 14 de noviembre de 2013

Versadilla

Un mal sueño es como el verso
que no encaja en el poema,
la versadilla sin tiempo
escapando de las letras,
desdeñando el pensamiento
que, aun queriendo, no llega
a alcanzar los mares discretos
en donde con rima se rema.
El sueño de sueño enversado
es balandro de nostalgia
cuando caemos apresados
en las zarpas de la escarcha
que se acumula en el costado
a la vez que la noche avanza.
Boca abierta, ojos pegados,
llega el dormir y amenaza
todos los cuartos cerrados
en el interior de nuestra cama,
vestida de blanco duelo
con la versadilla inacabada
que es pequeño polluelo
incapaz de batir las alas
y escapar del desconsuelo
esparcido por las sábanas,
amargo sabor de hielo
derretido en la alborada.

La versadilla da miedo
cuando entra por la ventana
que queda abierta en el sueño
al arder el verso en llamas
con un color de silencio
dentro de las entrañas.
Hoguera de fuego fundido
que quema sin dejar huella
de su dolor escondido
en el dorso del poema,
donde viven los geniecillos
que van encajando las letras
para hacer el entibado
sobre el que el verso se asienta
conectado al filamento
que la versadilla alimenta
mediante jugo de recuerdos
y pedacitos de tiniebla
semejando ser pececillos
en las noches de luna llena.

                                   Marcos Lloret García


miércoles, 6 de noviembre de 2013

Oceánica locura

Cuando la vida no llega
los días de frío se esconden
por debajo de la palabra,
tal vez detrás de ésta.
Arremolinado en la mañana
corazón palpitante,
doloroso aliento de horas
que tampoco terminan de venir
atravesando el tiempo del tiempo.
Infamia dulce en el recuerdo
de las tormentas que jamás lograron
acariciarme la piel desde dentro,
lágrimas vertidas en la ducha
perdiéndose por el desagüe
de la irracionalidad racionalmente engañosa
donde naufraga cada jornada
un velero de nostalgias grises
que cruza esta vida asfáltica.
Tranquilidad intempestiva, juguetona
quietud adamascada
de frutos acres, amargos,
como los primeros rayos del día
portando blasón de soledad.
¿Dónde estoy? En una hoguera
carente de leña, fuego y brasas,
ardiendo en cenizas que se esparcen
con el tórrido céfiro de la existencia.
Si me encuentro… Si doy conmigo…
espero no estar presente
porque no soporto verme
estañado a esta realidad
que agota mi oceánica locura
más allá de la cual, en el fin,
cuerdamente me aguardo
como una viruta de sombra
en un destello de luz.



                                               Marcos Lloret García

jueves, 31 de octubre de 2013

Síndrome del Verso Irritable

En el espasmo de los sentimientos
nace el verso irritable,
aquél que con voz amable
me parte por los adentros.
Retorcido en los silencios
que llegan jugando en la tarde
soporto el poema que arde
en la mitad de mi cuerpo.
El dolor en dolor devenido
no se calla aunque yo calle
pues nunca ha visto nadie
mi pesar empedernido.
No sé si me hace enfermo
éste síndrome de verso irritable
o es tan sólo, del cobarde,
el modo de llenar los sentidos.
Río de hielo mal digerido,
juego de espadas y alicates,
luces oscuras, sonidos impares,
legión espasmódica en mi derribo.
Aunque resulte malavenido
que este pesar no me arrebate
pues se alimenta de mi sangre
el verso incesante donde vivo.
Ayer me vacié de aliento
al llenar mi pecho de aire,
no hay un sueño que cambie
si al soñar me desvanezco.
Confinado estoy en un verso
que dice verdad y desmiente
la verdad de ese calambre
que me ata al poema eterno.
Gastralgia y ardor guerrero
del temerario combatiente
más valeroso que penitente
peleando en campo abierto.
Sin un motivo concreto
bajo la bóveda celeste
renegando voy de mi suerte
con un rumor embarrado.
Con el alma escribo versos
y con las tripas tempestades
ocultas en las oquedades
que he labrado en el tiempo.

                                  
Marcos Lloret García


domingo, 20 de octubre de 2013

Rompecaversos

Poema publicado en la revista digital Ars Creatio.
Podéis leerlo en el siguiente enlace: http://www.arscreatio.com/revista/articulo.php?articulo=791
Deseo que lo disfrutéis.
Marcos Lloret

miércoles, 9 de octubre de 2013

Tras el cristal (Historia de muertos y velorios)

         La pequeña sala presentaba una atmósfera familiar que resultaba bastante fría pese a que la calefacción funcionaba a demasiada potencia para algunos de los allí presentes. Contradicciones que se dan en estas situaciones de enorme alteración emocional en las que se puede estar sudando a mares y, a la vez, temblando convulsivamente sin necesidad de ser víctima de un acceso febril. Paradojas de la vida y la muerte, incoherencias propias de los seres humanos que sobrevienen al tomar conciencia de la propia finitud que llevamos pareja al modo de un segundo pecado original.
            La decoración era muy escasa, casi tanto como el mobiliario que no pasaba de un sofá tapizado con esa incómoda piel artificial que repele los cuerpos cuando llevan un rato sentados sobre ella, dos butacas vestidas con el mismo falso pellejo de igual tonalidad y un puñado de sillas repartidas por las paredes, pegadas a ellas. También había, en un rincón, una pequeña mesa que pasaba inadvertida entre el moblaje, amén de ser bastante inútil debido a su tamaño.
            El aire caliente que salía en bocanadas por los conductos del techo se encargaba de secar tanto las lágrimas como los segundos que marcaba la aguja del reloj situado sobre el sofá con su eterno movimiento de avance circular dirigido hacia ninguna parte. De igual manera, también enjugaba los lamentos que, de tanto en tanto, se escapaban de alguna boca entreabierta, o de algún corazón desgarrado, dejándolos convertidos en sonidos marchitos que iban y venían de oído en oído, y de alma en alma sin encontrar un sitio donde asentarse y, tal vez, hechar una débil raíz para anclarse a su inconsistencia sudorosa y titilante.
            Pese al poco espacio, la habitación se encontraba repleta de personas hablando unas con otras con ese cuchicheo elevado de tono que tan molesto resulta a quienes todo molesta. Sonsonete que se unía al calor del ambiente de una manera tan natural como se unen los átomos para formar las moléculas del aire que desde hacía un buen rato tenía que respirarse a machetazos porque resultaba más que denso, pétreo y endemoniado. Al fondo de la sala estaba el cristal que separaba el mundo de los vivos del de los muertos, ubicación que no resultaba nada baladí por aquellas cosas del respeto y del decoro que merecen estos lances siempre desagradables. Este vidrio separador no sólo mantenía disgregados los dos mundos mencionados sino que, además, dividía en sendas mitades la situación como un eje asimétrico impuesto por la vida moderna que tratamos de vivir hoy en día en la que hemos perdido ciertos ritos y escenas tan necesarias para lo más humano de lo humano.
            Al otro lado de la luna de vidrio aún no había nada. No se veía nada. Como si de un escenario se tratase con el grueso telón de terciopelo bajado que daba pie a las más variopintas imaginaciones y fantasías secretas, a cual más fantasmagórica y entreverada de espíritus. Esto era lo más relevante de la historia, lo que sucedía en el lado de allá del grueso vidriado porque, en el lado de acá, en la realidad donde creemos, y pretendemos, existir bien sabemos qué sucede en estos menesteres funerarios, y no resulta necesario redundar en lo conocido. Pero sí es interesante traspasar esa ventana dando un paso hacia la parte ignota de la situación, porque ahí es donde suceden las cosas que merece la pena contar.
            -Cuánto tardan en traerme, ¿no?
            -¡Joder, Gimeno! ¡Que tú ya estás aquí! –respondió Sebas con la rudeza que lo caracterizaba –Además, ¿qué prisa tienes?
            -Calma, Sebas. No seas tan bruto con el recién llegado –intercedió Agustín.
            -No, si prisa no tengo. Pero como todo el mundo está esperando…
            -Son tus seres queridos… ¡Pues que esperen, pijo! –vociferó Sebas.
            -Basta ya, por favor…-volvió a intervenir Agustín con su tono conciliador.
            -Mira, ya traen tu cuerpo –dijo Sebas.
            -¡Uf! Es muy fuerte esto….
            -Vamos, que no es para tanto, hombre –lanzó Sebas.
            -Ten un poco de consideración, por favor –intervino, nuevamente, Agustín pasando la mano por el hombro de Gimeno.
            -¡Empieza la función! Atentos, ya están descorriendo la cortinilla –dijo Sebas animosamente, a lo que Agustín respondió con una severa mirada.
            -En verdad, me han dejado muy arreglado. Fíjate que bien vestido, y que bien peinado. Hasta parece que me hayan afeitado y todo…
            -Sí, los huevos te han afeitado… -añadió Sebas.
            -¡Qué elegante estoy!
            -Estas raro. ¿Cuántas veces en tu vida te pusiste traje y corbata? Raro de cojones- matizó Sebas.
            -Hombre, en ocasiones especiales me lo puse… y esta es muy especial, la última de todas –explicó Gimeno.
            -¡Psss! ¿Querías que te lo pusieran? –preguntó éste.
            -No dejé nada escrito al respecto. Habrán hecho lo que les haya parecido mejor –respondió el finado.
            -¿Querías que te pusieran traje y corbata, o no?
            - Pues, no me hacía especial ilusión pero ahora que me veo…
            -Pues ya está. ¡Ni puto caso te hicieron en vida, y ni puto caso te han hecho en tu muerte! –dijo Sebas entre risotadas.
            -¡Qué animal eres! –le recriminó Agustín -¡Ya te vale!
            -Las cosas como son –fue su respuesta.
            -No le hagas caso a este pedazo de bestia. Se te ve muy bien –dijo Agustín a Gimeno.
            -Gracias, pero realmente… un poco raro si estoy. Y la cara, parece…
            -Te han maquillado –interrumpió Sebas.
            -Por algo lo habrán hecho, creo yo –respondió el fallecido neófito.
            -Sí, por tocar los cojones. Porque no quieren ver a un muerto con pinta de muerto, y no se dan cuenta de que cuanto más quieren que el fiambre parezca seguir vivo, más la joden. De todas formas, ¿qué más te da ya?
            -Tienes razón, Sebas. ¿Qué más da? –asintió Gimeno contemplando el féretro en el que reposaban sus cincuenta y muchos años convertidos en un resto de carne inerte. Le parecía bonito el tono de la madera, el brillo con el que estaba barnizada, los adornos tallados en el propio material pero, como terminaba de apuntar Sebas, y él mismo también, ¡qué más daba!
            -¡Vaya caja chula que te han puesto, nene! Se nota que no han reparado en gastos para tu viaje al más allá, bueno, o al más acá. Depende de dónde se mire, ¿no?- dijo Gimeno.
            -Pero mira que eres frívolo, Gimeno- apuntó Agustín mordiéndose las palabras para no pasar a mayores- ¿Podrías dejar de decir sandeces durante un rato?
            -¿Acaso no es cierto? – respondió éste – La caja es chula, si fuese una porquería de lo más barato como la que me pusieron a mi tampoco tendría ningún reparo en decirlo.
            -Eso es seguro.. –matizó Gimeno.
            -Parece que el amigo está encontrando el sentido del humor que nunca tuvo en vida –apostilló Sebas con tonillo irónico.
            -Supongo que por no mandarte a algún lugar que no quiero nombrar en este momento- intervino Agustín mirando fijamente al chistoso de Sebas.
            -No te soliviantes, hombre. Que eso nunca se te ha dado nada bien debido a tu… cómo decirlo finamente… tu descafeinado carácter –respondió éste.
            -No me busques, Sebastián. No me busques que al final terminarás encontrándome –lanzó Agustín cabeceando sus palabras y conteniéndose – Mantengamos la calma porque no es momento para discusiones tontas.
            -Eso siempre se te dio bien, mantener la calma. Y mira cómo te fue –respondió Sebas al envite de su amigo.
            Mientras ambos jugaban a su pasatiempo de incendiarse y contenerse, a sabiendas de que casi siempre era Sebas el que incendiaba y Agustín quien se contenía, Gimeno miraba a las personas que estaba al otro lado del cristal de la sala de velorios, que iban acercándose en oleadas para ver al muerto y presentarle sus respetos, o rezarle una oración según las creencias de cada uno.
            Pasó por el cristal su primo Fernando, con el gesto compungido y los ojos vidriosos, así como su esposa Dolores que tenía una expresión más desenfadada, menos triste. Pasó su hermano, Luís, que casi ni se atrevía a mirar el cuerpo sin vida de Gimeno, de igual modo que sus dos hijas, Laura y Eva, también se veían reticentes a encarar la escena de frente. También pudo ver a Daniel, su propio hijo, hecho un mar de lágrimas, totalmente desconsolado, prendido de los brazos de Virginia, su esposa, y Beatriz, la viuda, quien se mantenía erguida y firme ante la adversidad, tanto que ni tan siquiera una lágrima vio derramarse de sus ojos de mirada severa. Nada que ver con la pequeña Virgi, su nieta, que a duras penas lograba respirar entre sollozos y llantos desgarrados asida del brazo de Ana, la hermana de su esposa, que también parecía bastante entera.
            Iban pasando uno tras otro, a veces en pequeños grupos de tres o cuatro personas, mientras Gimeno miraba la escena como si estuviese viendo una película en la pantalla vítrea. Compañeros del trabajo, amigos, familiares diversos, sobre todo le llamaba la atención aquéllos a los que casi nunca veía cuando estaba vivo. Vecinos del edificio en donde había residido desde que se casó con Beatriz, conocidos del barrio… Mucha gente, tal vez demasiada para él que siempre se había sentido bastante insignificante para todo el mundo, incluso para sí mismo. La sensación de ser una motita de polvo flotando sobre la superficie de las aguas de un lago que es movida al albur de las corrientes y de los vientos hasta que, finalmente, termina por hundirse y desaparecer sin ninguna otra posibilidad más que la húmeda muerte. Podría decirse que esto reflejaba bastante bien lo que había sido su vida.
            -Cuanta gente ha venido a darme el último adiós –dijo Gimeno con voz tenue.
            -Todos los que te quisieron en vida –añadió Agustín.
            -No creo que sea así, y vosotros también sabéis que no es así –intervino Sebas.
            -¿Ya vas a empezar otra vez con tus cosas?- se apresuró a decir Agustín tratando de que Sebas se moderase.
            -¿A qué te refieres, Sebas? –preguntó Gimeno.
            -Me refiero a lo que los tres que estamos aquí sabemos. A que en estas situaciones hay mucha gente que viene por venir y no porque realmente sientan la pérdida. En este caso, tu muerte. Algunos están aquí porque realmente desean estar, pero otros vienen por no quedar mal, o por cumplir, con tu familia. Otros vienen, y esto es gracioso, por obligación moral para con el muerto…
            -¿Qué es lo gracioso? –interrumpió el recién fallecido.
            -Para mi no deja de ser gracioso que la gente haga cosas porque las debe hacer, más allá de lo que quieren hacer realmente. Me resulta gracioso que ahí afuera hay personas que, verdaderamente, desearían estar en su casa viendo la televisión, o tomando una cerveza en el bar con los amigos, o haciendo cualquier otra cosa antes de estar aquí y ahora, pero se ven moralmente obligados a estar presentes para no sentir esa cosa llamada culpa carcomiéndoles las entrañas por estar haciendo lo que quieren hacer en lugar de lo que deberían estar haciendo. Y eso se nota, fíjate. En los ojos, en los cuerpos, en la manera de hablar y de estar…
            -¿Cuántos, de los que hay, crees que no quieren estar aquí? –preguntó Gimeno.
            -Para mí, más de la mitad de los que están son unos cabronazos que desean largarse a sus casas –respondió Sebas.
            -No digas más estupideces que ya está bien. Te lo pido por favor –intervino Agustín.
            -¿Estupideces?... Si tú lo dices, tú sabrás… Pero en el fondo estoy seguro de que estás de acuerdo conmigo. ¿Es que no te acuerdas de tu velatorio? ¡La cantidad de indeseables que había! Aunque te lo pasaste excusándolos y repitiéndote a ti mismo que, en cierto modo, te apreciaban.
            -Es cierto. Me apreciaban –dijo Agustín contrariado.
            -Y un huevo –respondió Sebas –Ya ves, Gimeno. Hay personas que, ni en la muerte, se permiten ser ellos mismos y actuar como les sale del alma, que es lo que somos al fin y al cabo: almas.
            -Te repito que no voy a discutir contigo ahora –dijo Agustín.
            -Ni con nadie. Ni con nadie…
            -No me vas a hacer entrar en tu jueguecito de provocaciones –añadió Agustín.
            -¿Provocaciones? Llámalas verdades.
            -¡Qué fácil resulta decir la verdad de los demás sin ver la de uno mismo! –exclamó Agustín tratando de dar carpetazo al asunto.
            -Y la mía también la digo sin reparo. Mi velatorio fue una puta mierda. Yo creo que de todos los que había únicamente querían estar mis hijos y, aunque te parezca mentira, tú. Mi mujer pasaba de mi, mis hermanos mejor que no hubieran venido, los demás familiares podían haberse ido al cine, o al teatro, o al carajo. Y, de los pocos amigos que vinieron al tanatorio, sólo a ti te sentí cercano y cierto. Además, yo quería que me hubiesen hecho el velorio en mi casa, con la caja encima de la mesa del salón y que éste hubiera estado lleno con las típicas sillas plegables que el ayuntamiento facilita para estos menesteres. Tener el gran crucifijo de los difuntos en su pedestal detrás de mi cuerpo yacente, y dos grandes velones de muerto a cada lado, con sus respectivos pies de metal. Y que la gente hablara, contara chistes en la salita contigua al salón, chismorrearan sobre mi, bebieran café, licores y whisky, y tomaran chocolate a la madrugada. Vamos, lo que toda la vida de Dios se ha hecho en los funerales caseros que, visto lo visto, son los mejores. Pero no me dieron ni ese último gustazo. Tal vez se molestaran por mi partida pero… no me arrepiento de haberme volado los sesos. De todas formas, para poco me servían en vida y, sinceramente, ahora me siento mucho mejor. ¿Quieres más verdad?
            Agustín no respondió, pero su mirada tierna lo dijo todo. Gimeno tampoco pronunció palabra, pero sus ojos tristes dijeron mucho más de lo que su voz callaba.
            -¿Cómo te hubiese gustado a ti, aquí o en tu casa? –preguntó Sebas dirigiéndose a Gimeno.
            -Hombre, este es el lugar más indicado en la actualidad para llevar a cabo estos asuntos tan lastimosos –respondió éste.
            -Sí, ya. Todo eso lo sabemos pero, ¿no preferirías estar en tu casa? –cuestionó otra vez Sebas.
            -Pues, sinceramente, sí. Preferiría estar en mi casa y no en esta fría habitación en la que ni tan siquiera las flores que han puesto desprenden fragancia alguna. Me gustaría estar en la calidez de mi hogar, pero reconozco que de esta forma es mucho más cómodo para ellos –argumentó refiriéndose a su familia.
            -Parece que tú también vas a ser de esos que ni tan siquiera en la muerte se atreven a ser ellos mismos, ni a pensar en sí mismos.
            -Por favor, señores, no discutamos más –intervino Agustín con su típico tono de voz conciliador.
            -¿Sabes? No pasa nada por discutir. Podemos discutir todo lo que queramos, o necesitemos, y seguir siendo tan amigos como, de hecho, lo somos. De igual modo, no pasa nada por ser uno mismo auténticamente aunque, reconozco, que esto es decisión de cada cuál, y no es mi intención convencer a nadie de ello. Lo que me jode es que no os atreváis a serlo por una cuestión de puro miedo.
            -¿A qué miedo te refieres? –preguntó Gimeno que ya no prestaba tanto interés a lo que estaba sucediendo en el lado de allá del cristal.
            -Al temor que a todos, en mayor o menor medida, nos produce el hecho de soltar los anclajes a los que hemos estado sujetos y dejar que las aguas nos lleven derivando hasta el lugar que nos corresponde y que es propiamente nuestro. Yo, me alegro de haber podido hacer esto mucho antes de que llegara mi hora, le pesase a quien le pesase y gustase, o no, a las personas de mi vida. Del mismo modo que no me arrepiento de haber terminado con mi vida cuando me vino en gana, y antes de que la terrible enfermedad que me diagnosticaron me dejara convertido en un amasijo descerebrado.
            -¿Y no piensas en el sufrimiento que le causaste a tus seres queridos? –preguntó Agustín.
            -Pensé en mi que era quien más iba a sufrir, porque yo era el que estaba enfermo- concluyó Sebas.
            La noche de los muertos, pese a que no era la fecha en la que se celebra tal evento pero, sin duda alguna, era su noche, fue pasando casi sin dejar constancia de su deslizar sobre el cielo oscurecido y la tierra en sombras. A medida que la luna avanzaba, las personas que se encontraban en la sala se fueron marchando para descansar en sus hogares, salvo los más cercanos y dolidos que permanecieron en el lugar toda la velada. El hijo de Gimeno, su nieta agarrada a los brazos de su padre, y dos conocidos del barrio donde vivía a quienes jamás llegó a considerar amigos. Todos ellos sumidos en un silencio sepulcral que ni tan siquiera se atrevían a romper los llantos y sollozos enmudecidos ante la envergadura de la tranquilidad que reinaba en el lugar desde que la caterva comenzó a hacer mutis. Incluso los tres amigos difuntos estuvieron sin hablar varias horas de ese tiempo humano que ya no les concernía lo más mínimo. Sólo Sebas se atrevió a hacer un pequeñísimo y breve paréntesis en mitad de la quietud.
            -Ves, estas personas sí son las realmente importantes y, quizá, unas pocas más de las que se marcharon.   
            Por la mañana temprano, muy temprano, fue regresando el tropel de amigos y familiares hasta que, poco después de la hora del desayuno, la sala volvió a estar atestada. A partir de aquí, los hechos se sucedieron rápidamente. El traslado del difunto a la capilla del tanatorio donde un páter llevó a cabo los oficios religiosos propios de la situación, y la posterior andadura por el camposanto hasta llegar al lugar destinado a albergar los restos mortales del fallecido por toda la eternidad.
            Al introducir el ataúd en el nicho, a Gimeno se le revolvió alguna cosa en el alma que, a estas alturas, era lo único que era. Luego, con el chop chop chop del yesaire colocando la tapa de escayola que cerraba el enterramiento, y lo sellaba, quedando ésta posteriormente ocultada por la lápida, una pregunta le asaltó el pensamiento.
            -¿Y ahora qué?
            -Ahora, aunque te resulte paradójico y contradictorio, a vivir, Gimeno. A vivir – respondió el amigo Sebas.



                                                                       Marcos Lloret García

jueves, 26 de septiembre de 2013

Andanzas Nocturnas

Camino y camino en sueños,
pies mojados,
pasos desorientados.
Rumbo fijo en brújula ausente
que me guía llevándome
hacia ningún lugar
del destino alcanzable.
Me molestan las palabras,
el parloteo vacuo e incompleto
de esas partes ahogadas de mi
gritando muertas en un pozo.
El gentío amenaza con disolverme
en una enorme barra de bar
que se asemeja a mi vida
bajo el cielo gris de los tejados.

Camino, buscando el puerto
donde fallecer en verso,
mecido en el solitario poema
oculto en la oscura luz de la sombra
donde habita la verdad.
¡Qué hipocresía!
La casa ruinosa me espera
en la cercanía, bien lejos,
como un animal temeroso
del látigo que hago restallar en el aire.
Avanzo y no llego.
Me paro y me alejo
de todo lo que hay en mi,
de aquello por lo que muero.

Luego, en la mesa,
la comida me asquea
mientras la caterva inmisericorde
me aplasta el corazón dejándolo plano,
dimensión espacial robada de mis entrañas.
No quiero estar allí siendo uno más
jugando a la mentira que no cesa:
felicidad.

                                   Marcos Lloret García


viernes, 20 de septiembre de 2013

Los Demonios de la Guarda

A la noche, llegan los demonios.
A mi cama. A mi mente.
Llegan y dejan
sombras en los pies,
brumosas huellas.
Tanto tiempo ha pasado
que casi parecen dos segundos
apareándose bajo una luna
de fulgurante fantasía.
Ayer, quedó convertido en nada
emborrachando la nada de hoy
en espera de la que vendrá mañana.
Nada más que nada.
Intentos vanos de realidad.
Concretitud parida en lo oscuro
de pesadillas viajeras
sobre los lomos de los astros.
Exorcismo utópico de los monstruos
que me llaman desde dentro
con voz de arrullo partido
y cantes de bulería imposible.
A mordiscos, transito la noche,
mandíbulas dolorosas al alba,
dientes moviéndose en las encías
que sangran figuras flamencas
sin sonido, ni ritmo, ni tiempo.
Lengua reseca en mis fauces
atrapada por un cepo plástico
que impide la dislocación total
de la locura noctámbula.
El descanso se perdió
con la venida de los diablos
que guardan mi cama
mientras sueño dormir
en una tormenta de verano.


                                   Marcos Lloret García


lunes, 9 de septiembre de 2013

Mi vida



Pasa la vida y deja
hojarasca y broza en mis pies
hambrientos de huellas,
y de algo parecido a un camino
que no termina de fraguar
bajo la marcha de los días.
Palpitaciones. Latidos intempestivos,
miedo al miedo del miedo
esparcido entre flores marchitas
luciendo su falso esplendor.
A lo lejos, brilla el sol,
tan distante como las lágrimas
de un arcoíris de tristeza
posado entre cielo e infierno.
Si hay algo más… Si hay algo,
que sea un atardecer anaranjado
cuando me cruce con mi destino
oliéndonos las almas resudadas,
ocaso ígneo color de tiempo.

Me alimento de horas muertas,
segundos aniquilados en el reloj
que jamás se detiene ante mis súplicas,
suspiros deslavazados, sueños rotos,
océanos invertidos de agua petrificada
y fondo líquido donde naufragar.
Sin permiso, navego jornadas
careciendo de la capitanía,
sextante oxidado en cubierta
bajo el azote de olas terregosas,
horizontes eternamente prohibidos.
La galerna me calmará acunándome
en su maternal regazo de hielo,
bebé congelado entre las sombras
de una resplandeciente luz imposible
tan caliente como los témpanos.
Redes vacías y silenciosas
capturando los peces invisibles
que me alimentan de madrugada
cuando nadie me siente comer.
Despierto cada amanecer,
a la luz, a la mañana,
sentimiento mutilado en el pecho
azotando los párpados
que son casi míos, casi de nadie,
pintando el alba con sentires inconexos.
Luego, repto por el suelo,
como animal amenazado desde el aire
por una claridad dolorosa
que trae el comienzo del día.


                                               Marcos Lloret García







miércoles, 24 de julio de 2013

La luz de tu brisa

            

                                                           A la memoria de Alfonso Castro

Casi no conocía al hombre que ha muerto
pero, en el fondo, he sentido muy mía
su marcha discreta en la noche de julio
que pintó el celeste de melancolía.
Poderoso chamán conocedor de lo humano,
sólo dos veces me crucé con tu vida
en la parte de afuera del zaguán odiado
tanto como, entonces, repudiaba mi herida.
Clavados en mí tus ojos recuerdo
con el cálido reflejo que desprendías
al mirar la mirada de mi niño eterno
que en mi sombra oculta, escondido, lucía.
Te hice reír, eso es bien cierto,
con mis rudas palabras y mi gañanía,
sonrisa imparable por el universo
navegando sin prisa más allá de la vida.
En el lado de acá escuchaste mi silencio
vertebrado de pena y lágrima dolida.
En el lado de allá seguirás riendo
por el borde activo de la realidad escindida.
Hombre de saber profundo y cierto,
discreto jorguín de palabra sentida,
guerrero valiente de brazos abiertos,
alma de dulce piel revestida.
Hasta el fin de mis días llevaré tu recuerdo,
la breve imagen que por dentro me grita
diciendo que yo aún no estoy muerto,
caricias de sueños y voz de alegría.
Si por suerte, al final, te veo en el cielo
cruzando tu estela con la estela mía
será todo un gozo conocerte etéreo
saboreando el color de la luz de tu brisa.



                                               Marcos Lloret García

jueves, 27 de junio de 2013


Sólo una noche, una luna,
un millón de océanos
enrevesados en tus tardes.
Más allá de mí, estás tú
dibujando mi contorno,
dando forma a esto que soy.
Más acá de mí, también estás,
en la parte de adentro,
donde guardo celosamente
el sabor de ti.
No hay día sin tu día,
sabiendo esto
me zambullo en tu infinito
sediento, hambriento,
como si jamás me hubiera saciado
en la fuente de tu secreto.
Soñar en ti. Soñar contigo.
Despertar y ver mis sueños
reflejados en tu dormir,
prófugo de la oscuridad
acurrucado en tu aliento
de cielos y nubes,
mares y estrellas.
Si no fuéramos nosotros
seríamos dos cometas
que se buscan en el universo.
Dos estrellas fugaces
alumbrando la aurora.

                        Marcos Lloret García

martes, 25 de junio de 2013

Mi ventanal


Apoyado en  mi ventanal
veo el  pasar de las horas,
algunas niñas, otras señoras,
buscándome en el filo del cristal.
No me hallé donde el pedernal
hace chispas en las auroras,
sumido en densas demoras
al sentirme vaciar mi costal.
Tal vez, en la noche, al final
con la sombra de luces rotas
en cien mil guerras y cruzadas
habré quedado invicto, sin rival.
Sin orgullo en la victoria tal
ganador de hondas desesperanzas
siembro campos de labranzas
sin aperos, simientes ni animal.
Cuello enyugado, hundo mi mal
surcando las tierras resecas
para arar las apelmazadas pellas
clavando en ellas reja y dental.
Roturo el terruño, mi ventanal,
tarareando secretas melodías
que hallo en mi pecho perdidas
al buscarme por el pedregal.

                       
                                   Marcos Lloret García



jueves, 13 de junio de 2013

Si un hombre pudiera


Si un hombre pudiera cambiar las cosas,
si una voz cierta de mágicas palabras
retumbara en los cielos, valles y montañas,
en los oídos sordos de quienes nos mandan
reverberando en sus ojos, piel y entrañas.
¿Por qué sentiré sintiendo el pasar de las horas
escapando por el tiempo, fugaces gaviotas,
como gritos que ya claman en las calles rotas
de miserias y quebrantos, esperanzas remotas?
Me duele tanto el dolor de ver alas cortadas
a machete y a cuchillo, miserias desangradas.
Sin un tiempo ni un sitio vamos en bandadas
buscando la verdad por las mentiras lanzadas,
los nuevos ajusticiados sin sepulturas ni mortajas.

Si un hombre pudiera penetrar las almas
de quienes ríen de nosotros a carcajadas
haciéndonos creer en las noches claras
que sólo hay un camino, sendas marcadas.
Tendría un sueño el hombre, sangre y espadas,
heridas abiertas en las carnes descarnadas,
rebelión de miserables parida entre alboradas
soñó al soñar, soñando, que junto a él soñabas.
Despertaría, en los labios, con el sabor de las brechas
que hicieron en su cuerpo tiros, dardos y flechas,
discursos de palabras yermas, falsas, podridas
también sobre su piel tejida de desventuras,
recuerdos del combate, del honor, las medallas
entregadas por la voz del pueblo en las batallas.

Si un hombre pudiera ser un hombre nada más,
caminar siempre erguido y no doblegarse jamás,
romper lo establecido volviendo la vista atrás
bebiendo de allí el futuro, bálsamo de fierabrás,
reinventar este presente donde crees que estás
esperando que mañana alguien piense lo que dirás.
Cuando vivir es un delito la redención hallarás
en el espacio que queda, en las palabras, por detrás
donde van cantando las penas, la pena escucharás
si vienes con blanca bandera, con ella lucharás
en la legión de miserables, desgraciados y demás.
Ejército sin pólvora en la batalla encontrarás,
atrincherado en las aceras, si miras, lo verás.

Si un hombre pudiera…


                                   Marcos Lloret García






lunes, 10 de junio de 2013

Emociones para armar

 Hasta el próximo día 26 disfrute de nuestros descuentos en Alegría.
 Anunciaba una gran pancarta de lona, color claro, con el letrero escrito en magnos caracteres de tinta negra, que colgaba suspendida de dos altos postes situados a ambos lados de la entrada principal del establecimiento que tan en auge estaba en esos tiempos difíciles.
            Apenas hacía un par de meses que la empresa multinacional dedicada a la venta, comercialización e importación de emociones más importante del mundo estableció una de sus sucursales en la ciudad, trayendo con ella un gran revuelo comercial porque, por el momento, era el único lugar en todo el territorio del país donde se podía encontrar, a un módico precio, géneros de esta guisa. Y el negocio estaba estupendamente enfocado ya que ofrecía una inmensa variedad y gama de emociones con una enorme diversidad de precios, cosa que facilitaba que la mayoría de los bolsillos pudieran acceder a ellas a partir de una no demasiado grande suma de dinero.
            El éxito fue rotundo, aplastante. Desde el día de la inauguración la tienda fue un hervidero de clientes que abarrotaban la nave en la que ésta se emplazaba desde las primeras horas de la mañana, cuando el negocio abría sus puertas, hasta altas horas de la noche, ya que cerraba muy tarde debido a la cantidad de gente que cada jornada acudía hasta el lugar a realizar sus compras. Personas de toda clase social y condición hacían largas colas en la entrada aguardando su turno para acceder al interior del local, todos con los catálogos entre sus manos donde se detallaban las emociones que iban a encontrar en la exposición, así como las características de cada una de ellas, dependiendo del modelo o formato en que ésta estuviera presentada, y también los precios de las diversas modalidades. Tanto detalle no era algo trivial, o meramente publicitario, lejos de esto resultaba necesario que el cliente tuviera clara conciencia de qué emoción quería comprar y cómo quería hacerlo, esto ya dependiendo de sus gustos o, en su caso, de los posibles de cada uno. De igual modo que no es lo mismo comprar una mesa de madera de roble macizo para el salón comedor de nuestra casa, que una mesa desmontable de plástico, tampoco venía a ser igual el hecho de comprar una emoción armada, completa, con un buen acabado y con todas las garantías de fiabilidad y perdurabilidad en el tiempo, que una emoción en kit para armar, con las consabidas trabas que esto puede traer parejo, bien sea por la dificultad en el armado, por la precisión necesaria para llevarlo a cabo, bien por la carencia de alguno de sus elementos constituyentes, independientemente de que ello se deba a un fallo de almacén, o a algún despiste por nuestra parte en el transporte de vuelta al hogar.
            Pero estos pormenores no era, precisamente, lo que pensaban los tropeles de gente dispuestos en eternas filas zigzagueantes, que se extendían como gigantescas serpientes sobre el asfalto delante del establecimiento. Por lo general, los clientes aguardaban fantaseando, al tiempo que miraban el catálogo, sobre lo bien que les vendría poder comprar ésta o aquélla emoción, tan robusta y hermosa, tan tupida y nítida, ya fuera esta un buen miedo, o una frondosa tristeza, porque no todos iban en busca de las anunciadas alegrías en oferta. En estos menesteres, como en todos los de la vida, cada cual tiene sus necesidades, o sus preferencias, y lo maravilloso que puede resultar para alguien disfrutar de una buena alegría, para otro, ésto, puede ser más que un desastre, y prefiera degustar una espesa rabia o una profunda tristeza. Como suele decirse coloquialmente, permitiéndome la licencia: para gustos, colores. La gente fantaseaba mientras aguaradaba su turno de entrada, decía, respecto a qué emoción les gustaría llevarse a casa, pero todos tenían una idea meridianamente clara de qué era lo que realmente iban a comprar más allá de sus deseos, pero la imaginación hacía  más llevadera la espera.
            Yo también estuve en una de estas monumentales colas de gente. Durante dos horas y media cabalgué la serpiente asfáltica con más pena que gloria, ya que no soy un buen jinete para este tipo de animales que se han de montar sin ensillar, directamente sobre su cuerpo frío y escamoso. Aunque existen personas que son verdaderos maestros en estas cabalgadas, y parecen disfrutar cada segundo que pasan montados en los lomos del tiempo, como pude comprobar en la pareja que estaba situada inmediatamente delante de mi. ¡Qué saber estar, qué aplomo, qué majestuosidad…! Eran un par de esperantes, por emplear un término para referirme a la gente que aguarda para entrar en un lugar, profesionales que parecían tener la licenciatura, cum laude, en Tiempo y Espera, como pude comprobar al escuchar sus conversaciones, que iban desde las más antiguas teorías de la Espera de Pierre de Grimaud, postuladas en el siglo XVII, pasando obligadamente por la gran obra de referencia en la materia como es Espera y Aguarda, que escribió el alemán Manfred Krüegerbahuen allá por los principios del siglo XIX, hasta tocar, incluso, las más modernas hipótesis y postulados al respecto que aportó, a finales del siglo pasado, la evolucionada ciencia de la Ciberespérica, con los consiguientes nombres de los más destacados pensadores del campo como son Lio Pin, Alex Champits y Claude de L’Arlessienne. Digo todo esto con boca pequeña, puesto que yo no soy más que un mero neófito en  la materia sobre la que me voy informando por medio de las típicas revistas de divulgación científica.
            Como no podía ser de otra manera, yo mismo esperaba fantaseando en la cola sobre lo maravilloso que sería poder comprar una buena alegría para mi casa, y también para mi vida, como esas que estaban en la página veintitrés del catálogo, justo debajo de donde terminaba la sección de los Complementos del miedo. Me llamó la atención la cantidad de parafernalia que rodeaba a las emociones, entiéndase, accesorios varios y muy diversos que les servían como suplemento, cosa que yo encontraba bastante absurda hasta que reparé en un aviso que cerraba la sección de los Complementos de cada una de ellas. Estaba escrito en letra menuda y venía a decir, aproximadamente, que al comprar una emoción lo que hacemos, en mayor o menor medida dependiendo tanto del grado de pureza, como de la calidad de ésta, lo cual viene dictado estrictamente por el precio que podamos pagar. Lo que hacemos, decía, es adquirir una emoción en estado más o menos puro, por lo que cada persona tendrá mayores o menores dificultades para vivenciarla, esto ya va en dependencia de cómo lleve cada uno este proceso. Y aquí es donde entran todos los aditamentos que mencionaba anteriormente, porque están destinados a facilitar la vivencia de la emoción que hayamos comprado. Con esto, las secciones de Complementos del catálogo cobraron un nuevo sentido ante mis ojos.
            A pesar de mis fantasías, tenía muy claro qué tipo de emoción podía permitirme adquirir, que sería alguna de las que estuvieran en oferta, no obstante, continuaba mirando las páginas del catálogo tomando nota mental de todo lo que me llevaría a mi casa. A parte de la alegría, también me gustó una rabia en concreto, que tanto por el tamaño, como por el elevado precio, se escapaba de mis posibilidades completamente. Sin embargo, la estuve mirando y volviéndola a mirar hasta dejar la foto un poco desgastada. Era preciosa, casi perfecta me atrevería a decir, mostrándose con toda la magestuosidad que la fotografía le permitía aunque, a buen seguro, en vivo debería  lucir mucho más esplendorosa. Según versaba el pie de foto, se trataba de una rabia de luxe, como podía comprobarse en su buen acabado y en su presencia potente pero, además de las calidades, lo mejor del caso es que se trataba de una rabia tal que, a poco que se la manejase correctamente, fluía en los momentos oportunos y adecuados sin llegar a apantallar a las demás emociones. En resumidas cuentas, se trataba de una emoción noble, únicamente al alcance de unos pocos entre los cuales no me encontraba, por más que  hubiera deseado llevarla conmigo junto con el accesorio que facilitaba su canalización. Puesto a pedir, también cogería un armonizador emocional, para poner un poco de orden en ese terreno, pero no de los básicos, sino de los profesionales.
            Continuando con la inventiva, cosa que también me hacía más llevadero el plantón de la espera, al mismo tiempo que me dejaba en la boca un sabor de carencia, resolví que, además de todo lo anterior, cogería un potenciador de alegría, pero no uno de esos químicos para diluir en un vaso de agua, sino el que aparecía en la página cuarenta y dos de la revista, arriba a la izquierda, un potenciador de  alegría por metaondas humorales. A parte, me llevaría algún que otro adorno para el miedo que tan presente está en mi existencia, ya que no hay manera de salir de él, al menos que luzca bonito y engalanado cuando se pasea por mi corazón, o por delante de mis ojos en mitad de la noche. Para finalizar mi compra imaginaria, en la última página encontré un maravilloso pedestal para colocar en él la tristeza y, quizá de esta manera, darle el lugar que le corresponde para que deje de ir de acá para allá sin encontrar dónde posarse, como un incierto pajarillo que, pese a la helada, sabe que no morirá antes del alba.
            Cuando he querido darme cuenta, ya me encontraba dentro del comercio, cuyo ambiente se me hacía insoportable por el alboroto de la muchedumbre con su griterío. Me he visto sumido en una de esas situaciones que, en la medida de lo posible, trato de evitar a toda costa ya que no me gustan las masificaciones, ni tampoco la algarabía que traen consigo. Pero, en esta ocasión, como en otras tantas, pudo más mi curiosidad que la voz de mi razón, cuyo mensaje era que dejara pasar unas semanas más, o tal vez unos meses, antes de acudir al océano en el que ya me encontraba sumergido plenamente.
            Mal que bien, logré ver la exposición de pasada, puesto que el gentío bramante me impelía a avanzar a cada poco, sin dejarme contemplar como yo hubiera deseado los diversos géneros emocionales que se encontraban expuestos. Pude entretenerme someramente en algunas zonas concretas del recorrido, sobre todo en la destinada a la tristeza que era la menos concurrida, pero el caso es que no ando nada falto de ella con lo que no me despertó mayor interés que el hecho de desincrustarme durante un rato de la ansiosa marabunta que, a estas alturas de la ruta, me estaba llevando casi en volandas a través de los senderos enmoquetados por los que debíamos transitar la clientela. La tristeza, esa vieja compañera de mis sueños tan poco querida por el común de las personas, tan odiada muchas veces como esa ingrata amante que no alcanza, jamás, a consumar nuestro deseo, una emoción más repudiada que temida. Comprendo lo que ocurre con ella, mas no lo comparto porque, en cierto modo, es bella en sí misma a la par que muy íntima y personal, sin dejar de ser lo que es: triste.
            Alcanzando el final del recorrido estaba el lugar que yo deseaba que apareciera para coger lo que había ido a buscar y marcharme de allí, pero resultó que varias decenas de personas compartíamos el mismo deseo de llegar a ese apartado de la tienda, con lo que el desorden, el escándalo y la confusión estaban garantizados. A duras penas fui capaz de hacerme con el kit que tenía en mente comprar, el cual no se asemejaba en nada a mi compra fantasiosa, pero era lo máximo que podía permitirme en ese momento. Además, no era algo tan prohibitivo como para no probarlo y, si daba buenos resultados, sería todo un placer el sentir, aunque sólo fuera de tanto en tanto, un ápice de alegría en mis días, a pesar de que esta fuera una alegría, por decirlo de alguna manera, enlatada.
            Ya en casa, deposité en la mesa del salón mi Alegría desarmada y desactivada en kit para montar (fácil montaje), como rezaba la etiqueta del embalaje, y comencé a leer las instrucciones de armado. No resultaba tan sencillo seguir las indicaciones ya que era un material tan vaporoso, por tratar de definirlo de algún modo, como difícil de manipular para ejercer la presión indicada sobre tal sector, hacer un giro de tantos grados en el tercio superior de la emoción para darle forma redondeada, colocarle las sujeciones de manera que quedara en esa posición, nivelar la base para que el resultado fuera equilibrado… No fui capaz, tan siquiera, de llevar a cabo el primero de los pasos escritos en el pequeño papel explicativo, cosa que más que enfadarme vino a confirmar la idea que merodeaba por mi cabeza desde que subí al coche tras colocar el paquete en los asientos traseros: Esto no va a ser sencillo. Pero lo más complejo no era el montaje  de la emoción,  que venía a ser casi un entretenimiento pueril comparado con el Proceso de activación que seguía al de armado.
            La verdad es que me alegré de no ser capaz de montar mi Alegría recién comprada,  porque la puesta en funcionamiento de la emoción en sí era una tarea, más que dificultosa, bastante peligrosa ya que de realizar erróneamente alguno de los empalmes que indicaba el esquema de las instrucciones todo podía venirse al traste. Pero esto no era lo peor de la cuestión, sino que el paso más delicado era la soldadura principal, o soldadura maestra, que consistía en ir haciendo unos repliegues hacia la mitad del cuerpo etéreo de la emoción para insuflarle unas cuantas bocanadas de  aliento antes de concluir el sellado mediante una especie de soplete incluido en el kit, que en lugar de fuego lanzaba una  sustancia pegajosa y gelatinosa que, si no caía en la zona adecuada para adherirse a ella, quedaba unos segundos flotando en el aire hasta desvanecerse completamente, dejando en el ambiente un olor parecido al  aroma de los recuerdos. Esto en la más halagüeña de las situaciones, porque también podía darse el caso de que la sustancia que expulsaba el artefacto hiciera explosionar la emoción, aunque ello era bastante improbable, haciéndola saltar en millones de fragmentos, parte de los cuales se podrían quedar incrustados en nuestro cuerpo como si fuese metralla dejándonos emocionalmente heridos para toda la vida.
            Leído esto, repito, me alegré de no haber sido capaz de terminar el armado, casi ni de haberlo comenzado, porque no creo que me hubiera arriesgado a activar la emoción. Es lo que tienen estas cosas modernas que, muchas veces, no hay por dónde cogerlas porque, ciertamente, no se las puede coger.
            Al final, pese a que pueda parecer lo contrario, la compra ha resultado provechosa y exitosa, porque me quedo contento de haber salvado la vida.



                                                                                                          Marcos Lloret  García


           

            

jueves, 6 de junio de 2013

Proclamación del barbecho

He decidido declararme en barbecho,
dejar que descanse la mitad de mi cuerpo.
Labrar mi reposo con arado de disco
arrancando malas hierbas, malezas y espinos.
Ver por un ojo, escuchar por un oído,
liberar medio cerebro de su trabajo continuo,
usar media boca para alimentar mi camino
alternando molares, incisivos y caninos.
Trabajaría media glotis si estuviera permitido
dividirme en dos con un rayo de fuego.
Sólo un pulmón hinchar en el pecho,
partir el corazón al bombear mi destino.
Tener el esófago a medio funcionamiento
para llevar la vida a estómago e intestinos
también a la mitad, semi-adormecidos,
con un solo riñón filtrar mis líquidos.
Fragmentar vesícula, páncreas y bazo,
andar con una pierna y abrazar con un brazo,
funcionar con medio pene y un sólo testículo,
echar con medio ano, al exterior, los residuos.
Cuando ya haya labrado las zonas en descanso
enterraré  los sarmientos resecos de quebranto
esperando que abonen las tierras de secano
por las que laboro sin prisa desde bien temprano.
Quedarán listas para el nuevo cultivo
y pondré a descansar el otro medio yo mismo,
ya que no puedo sosegarme del todo
solazo en mitades  mis campos ignotos.


                                   Marcos Lloret García



martes, 28 de mayo de 2013

Si te dicen...

Si te dicen que no estoy,
me marché antes de verme
para no saber quien soy,
tratando de no conocerme.
No te engañes desde hoy,
siempre en mi reloj es tarde
porque ni tan siquiera voy
al oírme susurrar en el aire.

Si te dicen que no estoy
harto de mi se marche,
metido vivo en un bocoy,
quien ose venir a buscarme.
Duermo en vela sobre un coy
comiendo hojas de baladre,
haciendo a la vida un rentoy
hasta que el cielo me cante.

Si te dicen que no estoy
no te olvides de acordarte
que nunca seré un acroy
ni seguiré a la guerra a nadie.
Como el zancudo pitoitoy
dando graznidos, sin hablarte,
quizá te cuente qué soy
cuando intentes nombrarme.


                                    Marcos Lloret García