lunes, 9 de septiembre de 2013

Mi vida



Pasa la vida y deja
hojarasca y broza en mis pies
hambrientos de huellas,
y de algo parecido a un camino
que no termina de fraguar
bajo la marcha de los días.
Palpitaciones. Latidos intempestivos,
miedo al miedo del miedo
esparcido entre flores marchitas
luciendo su falso esplendor.
A lo lejos, brilla el sol,
tan distante como las lágrimas
de un arcoíris de tristeza
posado entre cielo e infierno.
Si hay algo más… Si hay algo,
que sea un atardecer anaranjado
cuando me cruce con mi destino
oliéndonos las almas resudadas,
ocaso ígneo color de tiempo.

Me alimento de horas muertas,
segundos aniquilados en el reloj
que jamás se detiene ante mis súplicas,
suspiros deslavazados, sueños rotos,
océanos invertidos de agua petrificada
y fondo líquido donde naufragar.
Sin permiso, navego jornadas
careciendo de la capitanía,
sextante oxidado en cubierta
bajo el azote de olas terregosas,
horizontes eternamente prohibidos.
La galerna me calmará acunándome
en su maternal regazo de hielo,
bebé congelado entre las sombras
de una resplandeciente luz imposible
tan caliente como los témpanos.
Redes vacías y silenciosas
capturando los peces invisibles
que me alimentan de madrugada
cuando nadie me siente comer.
Despierto cada amanecer,
a la luz, a la mañana,
sentimiento mutilado en el pecho
azotando los párpados
que son casi míos, casi de nadie,
pintando el alba con sentires inconexos.
Luego, repto por el suelo,
como animal amenazado desde el aire
por una claridad dolorosa
que trae el comienzo del día.


                                               Marcos Lloret García







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