A la memoria de Alfonso Castro
Casi no conocía al hombre que ha
muerto
pero, en el fondo, he sentido muy
mía
su marcha discreta en la noche de
julio
que pintó el celeste de melancolía.
Poderoso chamán conocedor de lo
humano,
sólo dos veces me crucé con tu vida
en la parte de afuera del zaguán
odiado
tanto como, entonces, repudiaba mi
herida.
Clavados en mí tus ojos recuerdo
con el cálido reflejo que
desprendías
al mirar la mirada de mi niño
eterno
que en mi sombra oculta, escondido,
lucía.
Te hice reír, eso es bien cierto,
con mis rudas palabras y mi
gañanía,
sonrisa imparable por el universo
navegando sin prisa más allá de la
vida.
En el lado de acá escuchaste mi
silencio
vertebrado de pena y lágrima
dolida.
En el lado de allá seguirás riendo
por el borde activo de la realidad
escindida.
Hombre de saber profundo y cierto,
discreto jorguín de palabra
sentida,
guerrero valiente de brazos
abiertos,
alma de dulce piel revestida.
Hasta el fin de mis días llevaré tu
recuerdo,
la breve imagen que por dentro me
grita
diciendo que yo aún no estoy muerto,
caricias de sueños y voz de
alegría.
Si por suerte, al final, te veo en
el cielo
cruzando tu estela con la estela
mía
será todo un gozo conocerte etéreo
saboreando el color de la luz de tu
brisa.
Marcos
Lloret García
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