tampoco lo que somos, seremos y
fuimos.
En prole de difuntos nos hemos
convertido,
generaciones inciertas, quintas de
olvido,
almas despiezadas de llanto y
suspiro.
A nadie importa ya nada de lo que
decimos,
ni a vosotros, ni a ellos, ni a
nosotros mismos,
con la voz enmudecida a golpe de
derribo.
Atrás quedó el sueño, la ilusión y
el destino,
tan lejos como largo ha sido el
camino
que hemos recorrido hasta el filo
del abismo.
Un paso más, sólo uno… y el
infinito.
A nadie importa ya nada de lo que
sentimos,
mariposas afiladas, escarpados
cariños,
vaivenes de esperanza con apagado
brillo,
tormenta interrumpida, temporal
clandestino,
aguacero nocturno sobre los cuerpos
heridos
desangrados de pan y desollados de
vino,
con hambre de hambre y sed de
sentido.
A nadie importa ya si aún estamos
vivos
o somos legión eterna de los
malavenidos
que buscan en el suelo la estela de
su sino,
olfateando la hierba, degustando el
espino,
penando por los días de tiempo
dividido
entre un ayer que se fue y un hoy
que se ha ido.
Nos queda siempre, todavía, eco
sibilino,
sangre que derramar en nuestro
recorrido
de palabras sordas y abrazos
partidos.
A nadie importa ya este tiempo
maldito
que no termina nunca, años
infinitos,
encerrados en el aire, presos del
limbo,
retestinada miseria nuestra piel ha
curtido.
Imposible salvación en mitad de
ningún sitio.
Amarga extremaunción a unos seres
casi vivos.
Marcos
Lloret García
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