No se escuchó nada en la noche.
Un susurro, el pasar de una sombra,
luminiscentes farolas anaranjadas
alumbrando un sueño imposible
robado del descanso de los dioses.
Alguien vio el canto de un mirlo,
su insomne aleteo noctámbulo
suplicando a la impasible luna
que se marchara a su morada
para que el triste sol matutino
alumbrara derramando lágrimas.
No se marchó la blanca redonda,
se hizo fuerte en la cerrazón del
cielo
hasta quedar oculta por completo
detrás de las nubes del tiempo.
Una música intentó quebrar lo
oscuro,
casi un lamento vocal y melódico
que no lograba escucharse a sí
mismo
entre la espesura del ambiente.
Ven…
decía… Ven conmigo ahora,
marchémonos
a otra noche,
a
otro sabor y otros aromas.
Vámonos
al lugar donde la vida es vida…
Cantó el mirlo nuevamente
iluminado por la oscuridad,
batir de alas espástico
sin origen ni destino.
Quizá tan sólo la muerte.
Marcos
Lloret García
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