En aquellos tiempos de primavera
untados de azahar nos bañábamos en el sol del amanecer que venía a darnos los buenosdías acariciándonos la piel con
sus rayos. Al mediodía nos escondíamos como los insectos, como los animales que
huyen del calor buscando una sombra en la que pacer. A la tarde, solíamos
llevar a cabo nuestro ritual según el modo de los antiguos naguales que, antes
de la ceremonia, purificaban su cuerpo con el humo sagrado.
Envueltos en el humo de los dioses,
cogidos de la mano, volando por el firmamento como dos angelitos que se acaban
de enamorar. Tú y yo, sin más fe ni destino que las horas ardientes en las que
los culpables buscan su lugar bajo el hilo de la vida. Entonces, gustábamos de
jugar a las enredaderas con nuestros cuerpos verdes, entrelazadas almas
intentando romper la razón y la lógica para convertirnse en un solo ser.
Marcos Lloret García
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