-Dime, cebra.
¿Por qué me miras de esa forma tan insistente por encima de la pantalla del
ordenador?... pregunté a un bolígrafo decorado como el mencionado animal.
-Porque me gusta verte escribir…
respondió.
-No creo que sea divertido verme
escribir… repliqué yo sin entender la absurda posibilidad de que un diálogo así
fuera capaz de darse.
-Para mi sí que lo es… volvió a
decir el animal de plástico.
-¿Qué es lo que te agrada? Porque no
creo que sea ver cómo me voy destrozando los dedos a mordisquitos cuando me
quedo atascado en mitad de la narración, o cuando pierdo la idea que venía
desarrollando. Ni tampoco creo que sea el ver cómo mi cuerpo se va arqueando
sobre el teclado a medida que mi espalda, dolorida, busca esa posición
encorvada que le viene siendo natural desde hace un buen manojo de años.
-No, no es nada de eso que me estás
diciendo… respondió nuevamente el bolígrafo.
-Entonces será el ver cómo voy
fumando a cada poco, cómo manejo el papel y el tabaco para liarme los
cigarrillos, cómo aspiro las densas caladas de humo para luego expirarlo de golpe,
o quizá juguetear un tanto con él y hacerlo bailar en el aire en forma de aros.
-No, tampoco es eso. No es el verte
fumar lo que me agrada.
-Entonces, ¿qué es?... pregunté.
-¿Y no lo sabes tú? Pues te lo voy a
contar. Lo que me gusta es ver cómo van llegando las ideas hasta ti, unas hasta
tu cabeza, otras directamente a tu corazón que son las que más te cuesta
expresar, otras se quedan pegadas a tu piel varios días, semanas incluso, hasta
que reparas en ellas súbitamente como si fuese un fantasma que ha aparecido
ante ti. También me gusta ver, porque me hace mucha gracia, cómo te enojas y te irritas hasta terminar por renegar de
ti en cada letra que escribes y en cada palabra que forjas a golpe de sangre y
fuego. Es divertido verte luchar
inútilmente contra ti mismo sabiendo que tienes la batalla perdida de antemano,
que esa guerra en la que te enzarzas no tiene ningún sentido ya sino que forma parte de tu protocolo existencial. ¿Sabes a qué me
estoy refiriendo?... dijo la cebra dejándome sumido en el asombro por la
certeza de sus palabras.
-…
-Sí
lo sabes, yo creo que sí. Por otro lado, lo que más me gusta es contemplar cómo
vas creando mundos a partir de pequeñas cosas que son insignificantes para la
mayoría de las personas. Ver cómo comienzan esos universos a partir de un chispazo un fogonazo resplandeciente que cruza tu cuerpo de arriba abajo, y
entonces comienzas a crear, a modelar el mundo que tienes entre las manos como
si de una pella de barro se tratase. Lo gestas, lo pares y lo crías para que
crezca y se desarrolle hasta mucho más allá de lo que tan siquiera tú mismo
eras capaz de imaginar cuando únicamente era poco más que un conato de idea que
quedó olvidada sobre la almohada insomne. Además, me gusta tu proceso de
creación en el que te retuerces ahí sentado en tu silla mientras tus manos
perecen volar por encima del teclado, rápidos movimientos dactilares en un
intento de atrapar entre las letras esa idea que, si se escapa, crees que jamás
regresará a tus entendederas. Ese miedo que sientes, ese temor a perder la
inspiración, a que desaparezca en el vacío del abismo con el que te encuentras
en ciertas ocasiones… créeme lo que te digo, es el mejor regalo posible que te
ha dado la vida.
-No sé que decirte… respondí poco
menos que perplejo.
-No me digas nada y continúa con lo
que estabas escribiendo.
Marcos Lloret García
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