Suena una música sin melodía
con rayos de viento y trozos de
ola,
susurro apresado en las caracolas
que dentro encierran una poesía.
Clamor racheado en el mediodía
aguardando, discreto, la luz
cegadora
que llega pegada en el envés de las
horas
cuando el tiempo parece batalla
perdida.
Sonido sin notas, ni tono. Casi sin
vida,
lejano y breve como el calor de la
aurora
que viene dispuesta a regar las
amapolas
con el agua embalsada del punto de
partida.
Zarparé de madrugada, bajel sin
vigía,
de la mano del rumor que callado me
nombra
si de la noche oscura, las
postreras sombras,
se quedan insondables al abrirse el
día.
Al lucero del alba designaré mi
guía
y seguiré vagando antes de que
amanezca
por el camino marcado de manos
abiertas
donde ayer encontraré lo que mañana
perdía.
El cantar que en años creí que no
oía
vuelve a silbar por entre ramas y
copa
del árbol debajo del que duermo mis
sombras
al soñar mi sueño los sueños que
ansía.
En el hueco de un hueco con verso
prendía
fogata de letra, palabra y estrofa,
musicalidad ígnea de estrellas
remotas
enhebrando los pedazos que de mí
perdía.
¡Volverá la sangre a las arterias
que hería!
¡Volverá a pensar el corazón en
coma!
Otra vez trinarán jilgueros y
alondras
nanas de nube, gorjeos de alegría.
Un ritmo de ausencia el aire traía
condenado a existir pese a su
inexistencia,
en camas vacías abriendo las
puertas
de una ilusión que fingiendo moría.
Nacen los versos de la música
baldía
al son de la luna que indica la
rima,
sólo me resta ordenar las palabras:
infantil jugueteo de caligrafía.
Así es el poema, así la poesía,
que viene y se va si nadie la mira.
Bocados ingentes de brumas heladas,
el más sincero acto de valentía.
Marcos
Lloret García
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