lunes, 24 de noviembre de 2014

Ecos

Alguien me vio llegar
con el cuerpo desnudo, descalzo,
como un animal empapado
incapaz de sacudir
la humedad de su pelaje.
Por la mañana reía
revolcándome en el fango,
en el lodo de todos los lodos
que era partícipe de mis plegarias
a un Dios sordo y mudo
tan ausente como su designio.
Al mediodía la carcajada cesó,
barro seco por el cálido sol
que trataba de rozarme la piel
más allá de toda duda,
de todo verbo y conjuro
lanzados por los magos del tiempo,
seres infinitamente infinitos
que gustan de juegos intempestivos.
A la tarde no había luz en el cielo,
sólo quedaban recuerdos de reflejos
en un claroscuro tan impenetrable
como mi mirar vuelto del revés.
Por la noche… todo oscuridad,
oscuridad y asfixia negra
que ni las estrellas alumbraban
ni la luna, suave, lograba calmar
con su resplandor blanquecino.
Sólo lo oscuro, lo más oscuro,
viscoso manto de sombra
intransitable para el peregrino
que camina alrededor de sí mismo
buscándose a tientas por el camino.
Alguien vio mi llegada
silenciosa y discreta,
animal errabundo en tierra perdida
intentando orientar su marcha
olfateando el aire en busca de destino,
encontrando sólo el aroma retestinado
del nombre insaciable que nada abarca
más allá del vacío encolerizado
en el que cree escucharse
como un eco trémulo y distorsionado.



                                                           Marcos Lloret García

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